CUENTO | "Las Escaleras Mecánicas"

Entre la bulliciosa multitud de un centro comercial, apareció de pronto un hombre con el rostro desfigurado, con un cuchillo entre sus manos que utilizaba para lacerarse aún más la cara. Completamente desorientado, se sentó en uno de los peldaños de la escalera mecánica en la que yo iba ascendiendo. Cualquier intento de escapatoria hubiese sido estéril y solo atiné a preguntarme inútilmente ¿para qué se provocaba tanto sufrimiento a sí mismo? La respuesta no tardó en llegar. Cuando estuvimos a punto de alcanzar el segundo piso, el infortunado sujeto introdujo desesperadamente su descalabrado semblante entre los dientes de la placa que engulle a la escalera, impidiendo con sus heridas que el sistema de seguridad se active. Toda su humanidad fue triturada al instante, momento exacto en el que, sudando, me desperté. Y lo primero que pensé fue: algo malo me sucederá.


Aquel día utilicé todos los pretextos del mundo para no salir de casa. Sin embargo, como siempre, la fuerza brutal con la que mis propios sueños se hacen realidad hizo imposible que los esquivara más tiempo. Al final de la tarde de aquel día, recordé que tenía que hacer unos pagos urgentes y no podía postergarlos más. Asi que me armé de valor y salí de casa hacia el banco. A pesar del presagio sombrío, retiré el dinero sin contratiempos. Todo iba bien, con el sol rojizo de siempre muriendo sobre el horizonte, hasta que, de pronto, apareció una camioneta desgastada, de color beige, dirigiéndose a toda velocidad hacia mí. La mirada del conductor era enloquecida y fija, como la de un cazador a su presa, y sangraba por la frente.


A mí no me va a robar, fue lo único que pensé. Con determinación absoluta, me di media vuelta y corrí para guarecerme. La camioneta hizo exactamente lo mismo y se volvió a abalanzar sobre mí. No fue una experiencia agradable, para nada. Crucé la carretera Panamericana y entré a un centro comercial repleto de gente a esa hora, y desde allí, vi que la camioneta se detuvo frente a la puerta principal y luego se fue rodando muy despacio hasta desaparecer. Ascendí las escaleras mecánicas de aquel conglomerado de tiendas mientras tocaba el dinero en mi bolsillo con los ojos cerrados y el miedo, con cada respiración, se fue desvaneciendo muy lentamente.